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Peras y manzanas en tiempos de fracking: ¿cómo es la convivencia?
|Río Negro - Neuquén|
¿Pueden convivir la fruticultura y el fracking en el Valle productivo de Río Negro y Neuquén? La discusión oscila entre opiniones de veredas opuestas. Por un lado, funcionarios y técnicos de la industria hidrocarburífera consideran que ambas actividades son compatibles y los riesgos asociados, controlables. Por otro, productores frutícolas y organizaciones ambientales son menos optimistas y afirman que el avance de los hidrocarburos podría condenar a la tradición frutícola del norte patagónico, principalmente a la fruta de pepita, que atraviesa durante la última década una crisis productiva y comercial muy importante.
Lo cierto es que, mientras la grieta entre el sí o el no al fracking se profundiza, en Allen (Río Negro) son cada vez más los pozos que aparecen en chacras abandonadas o alquiladas: se estima que unos 275 operarán activamente para 2021. Por otro lado, el proyecto Vaca Muerta en Neuquén crece a un ritmo sostenido, condicionando el diseño y la economía de sus localidades adyacentes. Entonces, quizás sea necesario modificar la pregunta del inicio: ¿cómo están conviviendo hoy la producción de frutas y la extracción de hidrocarburos no convencionales mediante fractura hidráulica?
Paradójicamente, donde no existen desacuerdos respecto a la aplicación de fracking es en el ámbito político. Los gobiernos de Cristina Kirchner, Mauricio Macri y ahora Alberto Fernández coinciden en que la explotación de Vaca Muerta a través de esta técnica debe ser uno de los pilares productivos de nuestro país. El entusiasmo tiene su fundamento: dicha reserva ocupa el segundo lugar a nivel mundial de gas no convencional y el cuarto lugar de petróleo no convencional. Probablemente ninguna gestión, en la coyuntura de dirigir cuatro u ocho años un país, abandone la posibilidad de buscar inversiones privadas para abastecerse y financiarse con estos recursos. Tampoco ha sido la tendencia de los gobiernos provinciales a la fecha.
Técnicamente, el fracking es un método no convencional de extracción de gas o petróleo. Para llevarlo a cabo se realiza la perforación de un pozo (entubado y cementado) hasta alcanzar la “roca madre” a más de 2500 metros de profundidad, donde los hidrocarburos se encuentran atrapados en formaciones geológicas de baja permeabilidad. Luego se inyecta una combinación de agua y químicos a muy alta presión, mediante la cual se rompe la resistencia de la roca y, finalizada la operación, dicho fluido retorna hacia la superficie. A continuación, el gas o petróleo también comienza a subir hacia el pozo, que ya se encuentra “en producción”.
Gobiernos de distinto signo político "cierran la grieta" cuando se trata de fracking.
Pero retomemos el punto: fracking y fruticultura ya conviven. Y la principal dificultad de esa convivencia es que el Estado no ha planificado el impacto que los hidrocarburos tendrían de manera directa o indirecta sobre la producción de peras y manzanas. Existen múltiples factores que perjudican el trabajo de los chacareros y no se pueden obviar.
Uno de ellos tiene que ver con el avance sobre las chacras y la pérdida de suelo productivo. Ante la falta de rentabilidad frutícola -la secretaría de Agroindustria de la Nación estima que existen unas 3650 hectáreas abandonadas- muchos chacareros están dejando la actividad y, para no seguir perdiendo dinero, desmontan, lotean y alquilan o venden sus tierras. Si bien en algunas quintas se da la tan valorada “reconversión productiva” con la plantación de otros frutos como cerezas o nogales, una gran cantidad de productores se ven tentados a ceder sus tierras para la explotación hidrocarburífera, ya que el retorno económico es más seguro e inmediato. Además, las firmas petroleras no dudan en abonar descomunales montos por cada hectárea con la intención de eliminar cualquier duda o inquietud que les surja a los productores a la hora de negociar.
En los últimos años los pozos de extracción comenzaron a ganar terreno y a formar parte del paisaje. Chacras y torres de perforación a metros de distancia, rutas dañadas por el tránsito pesado, cañerías que penetran la tierra entre álamos y frutales. Por ahora es un problema "menor” en cuanto a la cantidad de hectáreas ocupadas, pero las alarmas están encendidas por la sensible coyuntura de esta Economía Regional. Mientras tanto, otra pregunta se desprende en este punto: ¿Qué sucederá con la tierra cuando las instalaciones sean retiradas? ¿El suelo seguirá siendo productivo para la fruticultura?
Los productores se ven tentados a ceder sus tierras para la explotación hidrocarburífera ya que el retorno económico es más seguro e inmediato.
Las torres de perforación se han convertido en una molestia permanente para los chacareros de la zona. Generan ruidos intensos a toda hora, vibraciones que resquebrajan las paredes o derriban pozos de agua, fuertes olores y contaminación lumínica que hace más propensa la aparición de la plaga carpocapsa, tan combatida ante las exigencias de los mercados internacionales, principalmente Brasil (importador número uno de nuestra fruta) que posee tolerancia cero a su presencia. Además, la fragmentación que genera la irrupción de pozos entre hectáreas de peras y manzanas dificulta las tareas sanitarias. Por ejemplo, la técnica de confusión sexual se desarrolla por “bloques” y se necesita que las chacras que la apliquen sean vecinas para no reducir su efectividad.
Estas situaciones son ejemplo de la falta de regulación. Si bien las empresas petroleras aseguran que no hay riesgo de contaminación ni en la superficie ni en las napas (algo que puede ponerse en duda a partir de los accidentes ocurridos a la fecha) no están claras las distancias mínimas que deben existir entre una y otra actividad, y cuáles son los recaudos técnicos para no incidir en el normal desarrollo de las chacras.
En Neuquén la situación es diferente ya que la extracción hidrocarburífera se realiza en áreas donde no existen otro tipo de producciones, sobre todo áreas de mesetas. Sin embargo, el impacto se siente de manera indirecta ya que los niveles de inversión de Vaca Muerta están transformando la matriz productiva de las localidades con tradición frutícola como San Patricio del Chañar o Centenario. Los pozos no conviven con las plantaciones pero igualmente se producen loteos para el desarrollo inmobiliario. Es cada vez mayor la necesidad de extender las zonas urbanas para recibir a quienes llegan atraídos por las promesas de futuro de la industria petrolera. Crecen exponencialmente las “ciudades dormitorio”, pero también las familias que buscan arraigarse allí. Añelo, por ejemplo, desde la llegada del fracking triplicó su población: en 2012 registraba 2500 habitantes, mientras que siete años después se encuentra cerca de los 8000. Se calcula que diariamente entre 5000 y 6000 personas cruzan el pueblo con destino a los yacimientos. Además, sus tierras fiscales, de escaso valor décadas atrás, se convirtieron en terrenos codiciados.
Este fenómeno poblacional modifica la relación con la mano de obra en la fruticultura. Peras y manzanas cuentan con un número de trabajadores permanentes para las tareas de cosecha, raleo y cura de las plantaciones; sin embargo, la mayor parte de los trabajadores son temporales y llegan durante la cosecha. En las últimas temporadas muchos de ellos comenzaron a notar que Vaca Muerta generaba una potente alternativa laboral en torno al fracking, pero también en las industrias que emergieron en paralelo. Transporte, limpieza y mantenimiento, hotelería, alimentación y entretenimiento fueron algunas de las actividades que se levantaron casi de cero y disputaron mano de obra de manera directa en la región.
El flujo de dinero y la demanda creada por Vaca Muerta es muy grande y motiva la transformación de todo su entorno.
El flujo de dinero y la demanda creada por Vaca Muerta es muy grande y motiva la transformación de todo su entorno (una experiencia de la que Comodoro Rivadavia puede dar fe). Los altos sueldos disparan los costos de vida en la región; suben a la par los alquileres, la comida y los servicios. Por supuesto, esto influye en las cuentas de los chacareros tanto a la hora de contratar personal como de afrontar sus costos anuales para sacar rédito de una fruta que, dicho sea de paso, se vende al precio que indica la demanda de los mercados y no a los costos fijos mencionados anteriormente.
Otro punto no menor de la coexistencia entre ambas actividades son los accidentes ocurridos. En los últimos años Allen sufrió derrames en zonas productivas, explosiones e incendios de difícil control en los pozos. En 2018 se derramaron por error humano (en palabras de la empresa YPF) 240.000 litros de agua de formación –es decir, la que contiene productos químicos y es inyectada a gran presión para fracturar la roca- generando una laguna proveniente de los pozos Estación Fernández Oro (EFO) 360 y 362. Fue el accidente más importante de localidad al momento, donde murieron animales y plantas frutales.
En la mayoría de los casos las empresas petrolíferas asumen su responsabilidad, pero minimizan el impacto que dichos accidentes tienen sobre el ambiente y la vida de los productores. Las sanciones económicas son necesarias, pero no resuelven el problema de fondo relacionado a las características disímiles entre la producción de fruta y la extracción de hidrocarburos.
¿Se le puede decir que no a los ingresos de Vaca Muerta para proteger a la cadena de peras y manzanas, en franca crisis de rentabilidad? Esa retórica esconde una trampa. Aún cuando se determinara que el fracking no es contaminante para el medio ambiente ni pone en juego recursos valiosos como el agua, los gobiernos provinciales y el Estado nacional deben planificar y regular la convivencia entre ambas actividades. La fruticultura del Valle es muy importante para nuestro país: abastece al mercado interno y exporta valor agregado en sus productos, genera mano de obra e impulsa el desarrollo de una industria asociada con la elaboración de jugos y sidras. Forma parte de la identidad productiva, y por ende del patrimonio cultural, de ambas provincias.
La expansión del fracking está acelerando los problemas estructurales que arrastra la fruticultura.
La crisis en peras y manzanas es multicausal. Para resolverla es necesario abordarla desde su integralidad, que implica revisar el esquema comercial, optimizar la calidad de la fruta, ganar mercados, tecnificar chacras y empaques, tener políticas de reconversión varietal y sanidad. Incluso la falta de recambio generacional es un tema a resolver. Sería falso enunciar que el fracking es el responsable de la situación que viven hoy los chacareros. Sin embargo, hay que tener en cuenta que su crecimiento está acelerando los problemas estructurales que los mismos arrastran desde hace décadas. Los gobiernos, por acción u omisión, parecen quedarse sin herramientas ante la opulencia de la industria hidrocarburífera y la impotencia de la fruticultura. Falta, por ahora, un debate claro respecto a cuáles serán las reglas de juego en los próximos años. La diversidad productiva y el desarrollo de esta Economía Regional deben ser más que un slogan para los gobiernos de turno: allí está en juego el futuro de una actividad que lleva en su ADN más de cien años de historia.