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Perdidas y desperdicios, ¿por dónde se empieza?
El contexto que atravesamos a nivel mundial y las problemáticas estructurales que padecemos localmente, nos demuestran que es necesario cambiar la forma en que producimos y consumimos. Urgente.
Esta realidad no es nueva. De hecho, hace más de 20 años que los debates en relación a los sistemas productivos y sus consecuencias ocupan un lugar en la agenda pública y política de nuestro país. En este marco, es inevitable preguntarse ¿Qué se hizo durante todo este tiempo? ¿Qué decisiones se tomaron y qué cambios evidenciamos?
A simple vista pareciera que todo sigue más o menos igual que siempre, incluso peor. Gran parte de la población nacional se encuentra por debajo de la línea de pobreza, el medioambiente está colapsado, el calentamiento global ya no es cosa del futuro y el sistema de salud hace malabares para seguir en pie. Los recursos y las ganancias económicas parecen estar siempre de un mismo lado y la inmediatez con la que vivimos, dificulta un cuestionamiento profundo sobre los hábitos que llevamos adelante. A pesar de este escenario poco alentador existen iniciativas que, aunque sea, intentan modificar el estado de las cosas.
Entre los problemas se da un fenómeno que es alarmante y que demanda una atención inmediata: la pérdida y el desperdicio de alimentos (PDA).
Un informe publicado en 2011 por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) aseguró que el mundo desecha aproximadamente de 1.300 millones de toneladas de alimentos. Es decir, alrededor del 30% de lo que se produce. En línea con estas estadísticas el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (MAGyP) en 2015, calculó el volumen total de pérdidas dentro de siete sectores específicos de la cadena agroalimentaria (carnes, cereales, frutas, hortalizas, lácteos, oleaginosas, raíces y tuberculos). En ese estudio se determinó que dentro de los procesos productivos y de distribución primaria de cada actividad se pierden o desperdician un total de 16 millones de toneladas de alimentos, lo que representaría un 12.5% de la producción agroalimentaria. Dentro de estas categorías las frutas de carozo, las papas y las hortalizas serían las cadenas que concentran el mayor porcentaje de pérdidas.
Posteriormente, en 2019, FAO actualizó sus relevamientos y estimó que alrededor del 14% de los alimentos a nivel mundial se pierden entre la pos cosecha y la comercialización minorista (sin incluirla). Además detalló que en América Latina y el Caribe, la perdida de alimentos estaría aproximadamente en un 11.6%. Esa cantidad de desperdicios estarían generando en el mundo entre el 8 y el 10% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero. Si bien en Argentina el Plan Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos- Ley Nº Ley 27454- y la declaración del 29 de septiembre como el Día Internacional de Concienciación sobre Pérdidas y Desperdicio de Alimentos pusieron en relieve la problemática y evidenciaron que el acceso a la información sobre la PDA es una gran necesidad en todos los eslabones productivos-comerciales, no fue suficiente.
Lo cierto es que la reducción de los porcentajes de pérdidas en nuestro país apremia y sobre todo en un contexto que demanda políticas más inclusivas y sustentables con el medioambiente. Bajo esa tesis es que este año el Ministerio de Agricultura y Ganadería dio curso a la Estrategia Argentina 2030 “Valoremos los alimentos” para medir de manera sistemática los desperdicios, mejorar la calidad de la información que circula sobre la temática e implementar metodologías que sirvan para generar conciencia y lograr reducir los porcentajes de pérdidas a largo plazo. Además se propone a mediano plazo “contribuir en la reducción de pérdidas en un 10 y un 30% dentro de las cadenas de producción y suministro incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha; reducir los desperdicios de alimentos entre un 10 y un 30% per cápita en la venta al por menor y favorecer la reducción entre un 5 y un 10% del desperdicio de alimentos a nivel de los consumidores”.
Los beneficios de las iniciativas que se pretenden implementar para abordar el desperdicio de alimentos son claros y no están en debate. Según la nueva estrategia argentina, la reducción de PDA tendría un impacto positivo sobre las estructuras sociales, económicas y ambientales del país. No solo produciría una mejor utilización de los recursos naturales sino que se mejorarían las prácticas de producción y consumo. La oferta alimenticia sería más amplia y por ende la pobreza, y la inseguridad alimentaria se reducirían. Sin embargo, el problema está en el cómo de la cuestión ¿cómo se pondrían en marcha las estrategias que pretenden modificar cuestiones estructurales de nuestro sistema social, económico y ambiental?, ¿qué deberían hacer los ciudadanos de a pie?, ¿qué se modificaría dentro de la producción de alimentos y de la comercialización? y ¿cómo se gestionaría de manera eficiente la distribución de alimentos a lo largo y ancho de todo el país?
Economía circular ¿una opción posible?
Una de las respuestas a los desperdicios, parece ser la economía circular. Es decir, la posibilidad de rediseñar los sistemas alimenticios poniendo el foco en recuperar todo aquello que hoy es desperdicio o pérdidas y transformarlos en insumos que abastezcan a otras actividades. De esta manera, la cadena satisfaría las necesidades de otros sectores a través de la producción de energía, recursos o materiales. Incluso la economía circular puede implementarse dentro del propio sector agroalimentario a través del rescate aquellos alimentos que se descartan para la venta por cuestiones estéticas, pero que aún están en buen estado para el consumo humano. Con el objetivo de explicar este mecanismo, el Ministerio elaboró una pirámide de jerarquías en la recuperación de alimentos donde sugiere actividades o procesos para implementar la economía circular dentro de los sistemas alimentarios.
Existen innumerables Iniciativas destinadas a fomentar la economía circular y reducir los desperdicios en la cadena agroalimentaria, una de ellas es la producción de Biogás y de biofertilizantes. Esta tecnología es considerada por FAO como una alternativa más simple de aplicar, sobre todo dentro de las actividades rurales. Dentro del sector agropecuario, la producción de biogás no solo impulsa el uso de fuentes de energía renovables sino que además permite reducir el uso de fertilizantes sintéticos para los cultivos. De esa forma, contribuye a mejorar la gestión de los residuos orgánicos en las etapas primarias de la producción de alimentos.
La puesta en marcha de alternativas sustentables es una necesidad dentro de la etapa de producción de alimentos, ya que esta constituye el primer eslabón en una larga cadena de desperdicios orgánicos. La producción de peras y manzanas, solo por dar un ejemplo, es una de las actividades que más pérdidas genera en el sector frutihortícola. Esto no solo impacta en el medioambiente lo hace también en la rentabilidad de las empresas y de los pequeños productores.
En la Patagonia Argentina, ya hubo algunos avances en este sentido. El INTA Alto Valle y la empresa Patagonia Beverage vienen trabajando en la elaboración de biogás a partir orujo, resultado de la producción de jugos de manzana. Anualmente la empresa produce un total de 600 mil litros de jugo de lo cual obtiene una gran cantidad de orujo -600gr de orujo por 1 litro de jugo- que hoy está siendo entregado a productores zonales para la alimentación animal. Esta iniciativa es un claro ejemplo de economía circular porque de un solo producto la empresa logra elaborar jugos, energía sustentable y fertilizantes naturales. Al mismo tiempo, la empresa reduce sus costos productivos a través de la elaboración de biogás que utiliza para el proceso de pasteurización de los jugos y con el resto del producto, conocido como biol o digerido, se genera fertilizantes para los frutales e incluso energía eléctrica para el funcionamiento de las maquinarias.
Otro caso de economía circular dentro del eslabón productivo es el de la empresa riojana “Valle de la Puerta” que en octubre de 2021 pondrá en marcha una fábrica para producir pellets con residuos de olivo, destinado a la calefacción de industrias y hogares. La firma anualmente elabora un total de 400.000 toneladas de aceite de oliva y genera aproximadamente cinco millones de kilos de residuos solo en el proceso de poda de olivares, material que será utilizado para producir biogás.
La iniciativa constituirá una forma de reducir el nivel de desperdicios en la cadena agroalimentaria y de producir un combustible amigable con el medioambiente. Además ayudará a que una gran cantidad de hogares e industrias, que hoy no cuentan con gas natural, puedan calefaccionarse con biogás. Según informaron desde la empresa, actualmente trabajan junto a un equipo de INTI Tucumán y a empresas metalmecánicas con el objetivo de fabricar estufas domésticas que utilicen como insumo el pellets.
En este marco, es importante aclarar que en las etapas más avanzadas de la cadena agroalimentaria, al igual que en la producción, se puede generar bioenergía. Los mercados mayoristas de frutas y verduras son grandes generadores de residuos y a través del procesamiento de los mismos pueden disminuir los porcentajes de pérdidas de alimentos. Al mismo tiempo, reducirían el impacto que esta problemática tiene en el medioambiente como así también los costos que hoy afrontan para trasladar los descartes a centros de tratamiento.
Vale mencionar, que algunos concentradores argentinos ya dieron sus primeros pasos en este sentido. Un ejemplo de esto es el Mercado de Productores y Abastecedores de Santa Fe que desde el 2019 trabaja en tres proyectos destinados a producir energía eléctrica, compost y hasta productos cosméticos a partir de los residuos que genera. Entre esas iniciativas una de las más ambiciosas es quizás la de Aczia Biogás, una empresa española radicada en Recreo, que trabaja para generar biogás y energía eléctrica a partir de las frutas y verduras que son descartadas por no poder ser comercializadas.
A esta tendencia se sumó en 2020 el Mercado Central de Buenos Aires (MCBA) que, en el marco del Día Mundial del Medio Ambiente, firmó un acuerdo con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación con el objetivo de generar en su predio compostaje y producir biogás. El convenio pretende tratar alrededor de 18.200 toneladas anuales de desperdicios que servirán para generar abono, disminuirán los gases de efecto invernadero y el nivel de desperdicios del concentrador.
“Estoy muy contento, muy feliz, e incluso en momentos de pandemia donde la prioridad es cuidarnos entre todos y garantizar el abastecimiento, eso no tiene que dejar de lado también seguir avanzando en cuestiones estratégicas que tiendan a la transformación real de la matriz, de cómo producimos, qué hacemos con los residuos, cómo nos alimentamos, de manera sana, segura y soberana, así que muy contento por haber logrado este Convenio”, manifestó en su momento Nahuel Levggi, presidente del MCBA.
Otra de las iniciativas para reducir la perdida de alimentos en los mayoristas, la llevó adelante el Mercado Concentrador de Frutas y Verduras Comunidad Boliviana, ubicado en Escobar provincia de Buenos Aires. El abastecedor junto a la Secretaría de Control y Monitoreo Ambiental de la cartera de Ambiente nacional, puso en marcha un proyecto mediante el cual pretende instalar un biodigestor en su predio con el fin de darle a sus desperdicios orgánicos un destino más sustentable. De acuerdo a lo que informaron, la meta es convertir cuatro toneladas de residuos diarias en energía eléctrica para iluminar una nave del predio en donde trabajan aproximadamente 1500 operadores.
Si bien la incorporación de biodigestores es una gran alternativa para reducir las PDA, también implica incorporar nuevas tecnologías a los distintos eslabones de la cadena agroalimentaria. No sería suficiente con que solo algunos actores lleven adelante un mejor tratamiento de los alimentos que se descartan, mientras otros continúan desperdiciándolos. Los productores, las cámaras de empaque, los transportes, los mercados mayoristas e incluso los minoristas deberían invertir en mejorar sus infraestructuras o elementos de trabajo para reducir los niveles de desperdicios. Este es uno de los objetivos que se propone la Estrategia Argentina 2030 “Valoremos los alimentos” creada por el Ministerio de Agricultura de la Nación: aplicar nuevas tecnologías en todas las etapas de la cadena agroalimentaria para atenuar los desperdicios. Ahora bien ¿Es posible esto dentro del sistema productivo y comercial argentino? ¿Todos los productores pueden incorporar tecnologías que eviten o reduzcan el descarte de alimentos?
Hay alimentos que no se venden, pero se pueden consumir
Como bien observamos uno de los escalones más importantes en la pirámide de jerarquías, elaborada por el Ministerio de Agricultura de la Nación, es la recuperación de alimentos para consumo humano. En este sentido, nuestro país tiene un buen camino recorrido y eso es gracias a la articulación público-privada que permite un mejor tratamiento de los descartes. Pero eso no es todo, este vínculo de trabajo garantiza año a año comida nutritiva para una gran cantidad de personas y eso sin dudas es un aporte a la reducción de los niveles de pobreza, y a la malnutrición en nuestro país.
Si de recuperación de alimentos hablamos, es imposible no pensar en la Red de Bancos de Alimentos. Esta asociación sin fines de lucro se dedica, desde el año 2003, a recuperar los alimentos frescos que empresas públicas o privadas descartan y todavía se encuentran aptos para el consumo humano. Los mismos, son distribuidos entre entidades de ayuda comunitaria con el objetivo de reducir los indicadores de hambre y garantizar además una sana nutrición para el desarrollo humano. A través de estas acciones, los BDA no solo logran equilibrar un poco la balanza social sino que además ayudan a reducir la contaminación ambiental que los desperdicios generan.
Los registros históricos de recuperación y distribución de alimentos por parte de los Bancos son realmente para destacar. Pero durante el 2020, en medio de la pandemia, la Red rompió su propio record: superó los 25 millones de kilos de alimentos rescatados y asistió a más de un millón y medio de personas a través de comedores y merenderos. En medio de un escenario complejo, donde gran parte de la sociedad argentina padeció la emergencia alimentaria, los Bancos mantuvieron su funcionamiento y esto se debió sobre todo a la demanda de las instituciones a las que ellos abastecen.
“Los Bancos de Alimentos tuvieron una respuesta rápida y eficiente ante la pandemia. Tuvieron que adaptarse creando protocolos de trabajo, no solo para rescate sino para la distribución de alimentos. No fue una tarea sencilla porque hubo que restructurarse, algunos tuvieron que cerrar sus puertas y tuvieron que reducir la cantidad de voluntarios que trabajaban”, manifestó a InterNos Fernando Mendoza, director ejecutivo y vocero de la Red Argentina.
El rescate que realizan los Bancos de Alimentos se lleva a cabo en distintas entidades o empresas argentinas, una de ellas son los mercados mayoristas de frutas y verduras. De los 25 Bancos de Alimentos que forman la Red a nivel nacional, 15 se ubican dentro de los mercados. Este trabajo se realiza en el marco de un convenio firmado entre la Federación de Operadores de Mercados Frutihortícolas de Argentina (FENAOMFRA) y la Red. Dicho vínculo, demuestra el rol fundamental que tienen los mercados a la hora de reducir las pérdidas en la etapa comercial de la cadena agroalimentaria.
Además los concentradores por su parte, integran actividades destinadas a reducir los desperdicios alimenticios. Participan en proyectos a nivel nacional, se capacitan y difunden información de calidad para generar conciencia sobre la problemática. Un ejemplo de esto es el Mercado de Abasto Río Cuarto S.A quien participó en un programa de la Secretaría de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional- en el marco del Programa de Apoyo al fortalecimiento del Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos en Argentina- para avanzar en la reducción de PDA dentro de su predio.
El proyecto consistió en una serie de consultorías realizadas por la Fundación Centro de Estudios para el Desarrollo Federal (CEDEF), miembro de la Red Nacional para la Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos. A partir del estudio de cada caso, las autoridades elaboraron una propuesta al mercado con herramientas para mejorar su funcionamiento en materia de reducción de pérdidas de alimentos. Las sugerencias, que obtuvieron los directivos del concentrador, fueron extendidas a cada una de las pymes que componen el mercado para realizar un trabajo de mejora en conjunto y motivar su participación.
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Para continuar con el progreso, actualmente el mercado trabaja con instituciones de la ciudad de Río Cuarto - Bio4 Argentina, Fundación Banco de Alimentos y Municipalidad de la ciudad- en la elaboración de diagnósticos sobre los volúmenes de residuos que el predio genera con el objetivo de producir bioenergía. Asimismo, este año el Abasto Río Cuarto S.A fue invitado a participar en los Premios Latinoamérica Verde. Un concurso internacional destinado a visibilizar y premiar a los mejores proyectos socio-ambientales de Latinoamérica. El mercado cordobés participará en dos categorías: residuos, destinada a proyectos que se enfoquen en el tratamiento consciente y en la utilización de los desperdicios como materia prima, y Políticas Publicas que destacará a programas públicos destinados al sector energético y a la gestión ambiental.
Como se dijo al comienzo de esta nota, existen muchas iniciativas concretas para mejorar los niveles de pérdidas y desperdicios de alimentos en Argentina. Las mismas, requieren un gran esfuerzo por parte de los actores que componen la cadena agroalimentaria y marcan un camino hacia un sistema productivo-comercial más amigable con el medioambiente. A esto se le suman los proyectos gubernamentales que se encargan de establecer las pautas o los pasos a dar en materia de PDA. Sin embargo, en relación a esto último es importante aclarar algunos aspectos.
Más allá de las buenas intenciones institucionales, hay elementos dentro de la problemática que no pueden pasarse por alto y que es necesario tener en cuenta a la hora de hablar de desperdicios. Uno de ellos y quizás el más importante se relaciona a la variedad de sectores que componen el espectro agroalimentario nacional. No es lo mismo hablar de la producción a gran escala, de la agricultura familiar, de la comercialización mayorista ni de la minorista. Así como tampoco podrán ser iguales las metodologías que en cada uno de esos sectores se pongan en marcha.
A diario observamos la falta de rentabilidad en la pymes nacionales, convivimos con la variación de precios en los productos alimenticios y la dolarización de los insumos productivos. La distribución de la tierra y la disponibilidad de agua sigue siendo un problema en nuestro país, y la falta de acceso a una alimentación saludable por parte de la sociedad continúa debatiéndose entre la dirigencia. A esto se le suma el deterioro ambiental que generan los sistemas productivos tradicionales y las alertas que vienen encendiéndose en ese sentido. En este marco, es importante preguntarnos ¿Cuáles son los próximos pasos a dar para mejorar considerablemente el entramado productivo, económico y social? Sin lugar a dudas, es momento de barajar y dar de nuevo.