Política Sectorial
Incendios: Ya no es posible mirar para otro lado
|Córdoba|
Para ningún cordobés pasará desapercibido este 2020, y no solo por la pandemia, sino por los incendios que azotan a diversos puntos de la provincia desde principio de año: de enero a esta parte se quemaron unas 65.000 mil hectáreas y se calcula que en los últimos días, con la llegada de fuertes vientos, se sumaron unas 16.000 hectáreas más.
Tan solo diez días atrás, un informe de INTA daba a conocer parte de las pérdidas causadas por el fuego. Pérdidas en cultivos, en ganado y, por supuesto, en la vegetación nativa de la provincia, con un daño incalculable para el ecosistema de la región. En dicho informe, centrado únicamente en los incendios ocurridos de Villa Albertina, Copacabana y Charbonier, se señalaba que al menos unas 27.000 hectáreas habían sido dañadas por el fuego: el equivalente a 50.000 canchas de futbol. Más que toda la superficie de la ciudad de Buenos Aires.
Según informó el diario Cba24n, en las últimas horas el trabajo de más de 400 bomberos voluntarios y 10 aviones hidrantes ha logrado contener los focos en Villa Carlos Paz, Estancia Santa Rosa, Las Jarillas, San Clemente, San Antonio de Arredondo y Las Jarillas. Sin embargo, el fuego sigue activo en la zona del Río Pinto, Pampa de Olaen y Characato. Para esta tarde se espera que la llegada de lluvias ayude a apaciguar la situación.
Pero como es de público conocimiento, Córdoba no es la única provincia bajo fuego. Actualmente Jujuy, Tucumán y Catamarca registran focos “fuera de control”, sumándose a un listado de 12 provincias que están siendo afectadas, entre las que se encuentran Corrientes, La Pampa, Santiago del Estero y Chaco, entre otras, según detalló el Servicio Nacional del Manejo del Fuego.
¿Negligencia, cambio climático o acciones especulativas? Lo cierto es que desde principio de año y hasta el 15 de septiembre suman casi medio millón de hectáreas afectadas en todo el país, con Entre Ríos -y sus incendios en el Delta del Paraná- y Córdoba con la mayor cantidad de superficie consumida.
En un artículo publicado días atrás, remarcábamos la necesidad de leer las estadísticas no como simples números aislados que poco dicen sobre las responsabilidades concretas, sino como punto de partida para realizar acciones que se anticipen al fuego. La información que hoy nos impacta y conmociona no puede ser una noticia aislada entre otras. Y los funcionarios responsables de planificar y gestionar los presupuestos para evitar los incendios no pueden colocarse en un lugar de víctimas de una coyuntura inevitable, porque en realidad son actores concretos, con herramientas reales para actuar.
Los incendios son diversos a lo largo y ancho del país; sería irresponsable simplificar una lectura para lo sucedido en cada provincia. Pero volviendo brevemente sobre el caso de Córdoba, cabe recordar que hace algunas semanas una de las primeras respuestas políticas al fuego por parte del Ministerio de Agricultura y Ganadería provincial fue declarar la Emergencia Agropecuaria. Más allá de lo necesario de la medida para atender casos particulares, la decisión transparenta la forma en que algunas autoridades han interpretado el fenómeno: consecuencia del cambio climático, ante el que nada se puede hacer más que trabajar sobre las pérdidas de un conjunto de productores.
Pero, ¿cuál es el impacto ambiental de los incendios a nivel macro? ¿Qué pierde una provincia cuando se quema su vegetación, su flora y su fauna? ¿Qué sucede con la regulación natural de esos ecosistemas?
Biólogos y especialistas en ambiente han recorrido decenas de medios de comunicación para dar cuenta del desastre natural que significan los daños sobre la vegetación. Por ejemplo, está en juego el control hídrico de los sistemas: la pérdida de la capacidad de infiltración del suelo podría ser causa de inundaciones en los próximos años.
En ese contexto, no suman las declaraciones de Sergio Busso, titular de la cartera agropecuaria de Córdoba, quien expresara días atrás que no vio a “ningún ambientalista acompañando a los productores” en este contexto. Correr el eje y señalar con sarcasmo a quienes desde hace años denuncian la pérdida del monte nativo en la provincia no puede ser nunca un camino viable.
Se puede argumentar un año anormalmente seco, claro. Se puede decir que no es un fenómeno exclusivo de la provincia, por supuesto. Pero no alcanza. Porque cuando los problemas son de esta magnitud -un ecocidio sin precedentes a nivel nacional- las respuestas también deben estar también a la altura.
Sostener que “hay que producir cuidando el medio ambiente, hacerlo de forma sustentable y cuidando los recursos naturales” no es más que un slogan que ya no convence a nadie. Las generaciones futuras exigen otras lecturas de la realidad, y el ambientalismo no puede ser un punto aislado de las plataformas políticas, sino un enfoque integral a la hora de pensar el desarrollo inmobiliario, las prácticas productivas y la conservación del ambiente.
No se trata de salir a buscar culpables. Tampoco de fomentar un punitivismo que puede terminar en la detención de un par de perejiles con encendedores en los bolsillos. No puede ser la solución apelar al voluntarismo individual: “Señores y señoras por favor no tiren colillas, no hagan asado”. Siempre va a haber un descuidado. Hay que entender que el problema es histórico, sistémico y cultural. Demanda otro tipo de respuesta, otro nivel de previsiones.
Se trata de exigir responsabilidad en quienes asuman el reto de gestionar las herramientas del Estado, hoy y en los próximos años, porque ya no podrán hacer oídos sordos a la creciente demanda de la sociedad en este tema.