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Producción

Presente y futuro de los bioinsumos en Argentina

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|Argentina|

En los últimos años, la discusión en torno a la producción de alimentos sumó nuevas variables además de rendimientos y productividad. La salud -tanto de los productores como de los consumidores- tomó mayor protagonismo, así como también el impacto ambiental sobre los sistemas naturales. 

El uso de agroquímicos se convirtió en un tema sensible. Hoy, la presión de los consumidores para bajar la carga de estos productos en los alimentos -principalmente en los del consumo en fresco- está más presente que nunca. Por otro lado, los conflictos de convivencia urbano-rural imponen la discusión sobre cómo y dónde aplicar herbicidas, fungicidas o plaguicidas.

Los bioinsumos, como ya señalamos en esta nota días atrás, juegan un rol clave en este escenario. Se trata de productos de origen biológico constituidos por microorganismos (hongos, bacterias y virus), macroorganismos (ácaros e insectos benéficos), extractos de plantas y compuestos derivados de origen natural, que se destacan por su bajo impacto ambiental.

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No obstante, el técnico de la Dirección de Agroquímicos y Biológicos de Senasa, Sebastián Gómez, explica que “bioinsumo” es un concepto amplio porque en su definición “entran una gran variedad de productos”. Existen, por ejemplo, insumos para trabajar sobre la sanidad y fertilidad de los cultivos, aunque también una vacuna -en tanto y en cuanto tenga origen vegetal- puede ser un bioinsumo. En esta nota nos enfocaremos en los bioinsumos de preparación industrial, pero bajo esta definición también entrarían por caso los preparados caseros que se realizan en muchas fincas agroecológicas de Argentina.

Específicamente en la producción agropecuaria los bioinsumos no apuntan tanto a solucionar problemáticas puntuales -por ejemplo una plaga o enfermedad- sino a un trabajo sobre el ecosistema para que dicha enfermedad encuentre dificultades en desarrollarse o incluso conviva con el cultivo, pero sin generar perjuicios económicos al productor. 

Ahora bien, ¿cuál es el panorama en lo que respecta a la elaboración de bioinsumos en Argentina? Según datos de la Cámara Argentina de Bioinsumos (CABIO), en 2018 existían unas 88 empresas productoras de inoculantes/biofertilizantes y otras 15 que ofrecían biocontroladores. Las proyecciones de la entidad indican que para el 2022 el sector podría alcanzar los 300 millones de dólares anuales comercializados.

Si bien estos insumos tienen un alto potencial de penetración en ambos mercados -intensivo y extensivo- lo cierto es que la producción de frutas y hortalizas es hoy protagonista, por las características ligadas a su consumo.

“Los bioinsumos tienen un impacto positivo más inmediato en lo intensivo porque uno come el producto como sale del campo, prácticamente sin pelar, como es el caso de los arándanos, duraznos o ciruelas. Además, en fincas de frutas y verduras los operarios aplicadores están más expuestos al contacto directo con los productos”, dice a InterNos Pablo Rubio, agrónomo y técnico de WayneAgro, empresa nacional comercializadora de bioinsumos.

Sobre la incorporación de estos productos a campo, Rubio ve que los productores “están conscientes de lo significa generar alimentos con inocuidad y evitar el impacto en el ambiente y en su salud. “Ese es el principal espíritu”, señala.

Un poco más escéptico se muestra, por su parte, Guillermo De Lio, de la empresa Hello Nature Italpollina, con más de 50 años de trayectoria y presencia en 80 países. “El panorama del sector se resume en una palabra: desafío. Estos son insumos de mayor costo pero también de mayores beneficios. Lo que sucede es que en cultivos regionales como los hortícolas, donde no existen precios de referencia o de producción, es imposible planificar su uso porque el productor nunca sabe si lo que está haciendo va a tener valor por sobre sus costos o no, lo cual es un punto clave”, señala el agrónomo a InterNos.

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Aquí cabe preguntarse, ¿por qué ingresan los productores al mercado de los bioinsumos? Los motivos son múltiples, según señala Joaquín Fidalgo, de la firma santafesina FFO: algunos por problemas de convivencia periurbana, otros por recomendaciones de colegas, otros porque quieren empezar a comercializar orgánico. Lo importante en todo caso no es porque llegan, sino porque eligen quedarse.

“Lo que consolida el uso de bioinsumos es el resultado. El productor que continúa es el que se da cuenta que le conviene económicamente y entiende que es el futuro, la forma en que se va a producir. No por obligación, sino porque es la forma en que se le va a sacar más provecho a la tierra”, dice Fidalgo.

Por otro lado, a nivel profesional el grado de adopción por parte de técnicos y agrónomos es alto aunque, en palabras de Rubio, todavía falta “mucha investigación y divulgación” sobre el impacto positivo de estos productos. Coincide con él De Lio, para quien “la aceptación es buena pero no óptima” ya que en general los bioinsumos tienen un uso esporádico, que en este tipo de productos reduce el nivel de efectividad. “Muchos se quedan con esa apreciación y no los vuelven a usar. Falta planificación y aceptación tanto de los beneficios como de las complicaciones que pueden tener”, agrega.

"El productor que continúa es el que se da cuenta que le conviene económicamente y entiende que es el futuro, la forma en que se va a producir", Joaquín Fidalgo, FFO

Sobre este punto Fidalgo entiende que se trata de un proceso ligado al propio desarrollo de la industria que, no obstante, en los últimos años avanzó en la generación de insumos de calidad posicionando mejor al rubro dentro del mundo agropecuario. “Al principio el profesional era más reticente a este tipo de tecnología, en parte porque los bioinsumos no eran muy confiables en cuanto a estándares o controles de calidad. Algunos productos del mercado afectaron a los bioinsumos en general, y eso costó revertirlo. Pero se hizo”, señala.

Biológicos y sintéticos, ¿una convivencia?

El interrogante que subyace es si los bioinsumos tienen potencial para reemplazar a los agroquímicos. Por su puesto, las variables que entran en juego son múltiples: económicas, productivas y de rendimientos; pero también de responsabilidad social, mercados o incluso procesos de trabajo campo adentro.

“Los bioinsumos siempre van a tener una coexistencia con los insumos químicos. El problema pasa por la demonización o la exacerbación de los grandes beneficios de unos contra otros. No es la forma. La coexistencia de ambos tipos creo que es el secreto. Y sobre todo el manejo y el diagnóstico de los problemas, para trabajar de manera preventiva y con construcción de sanidad, fertilidad y sistemas integrados. Hay que buscar ese paradigma armónico”, opina Pablo Rubio, de Wayne Agro.

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Guillermo De Lio, por su parte, agrega que “si bien nadie puede dudar de los beneficios de los bioinsumos”, es necesario dimensionar el desafío que representa para los productores modificar sus esquemas de producción en el corto plazo. Por eso, considera que a priori tendrán que convivir por largo tiempo con las tecnologías convencionales, inclusive potenciando los resultados de las mismas. "Pero el cambio exclusivo a este tipo de alternativas en un sistema productivo comercial, excepto que sea un cultivo con un mercado que valore esa diferencia, es difícil”, complementa.

“Creo que lo fundamental es tiempo, aprendizaje, conocimiento. Por ahora es inevitable que se conviva, por una cuestión de que hay toda una cultura del trabajo vinculada a las tecnologías convencionales. Llevará un tiempo hasta que el productor aprenda a trabajar con bioinsumos y logre que sus cultivos rindan de la misma manera utilizando solo estos productos. En algún momento va a pasar”, cierra Figaldo.

"Los bioinsumos siempre van a tener una coexistencia con los insumos químicos. El problema pasa por la demonización o la exacerbación de los grandes beneficios de unos contra otros", Pablo Rubio, Wayne Agro

¿Y el agro extensivo?

En las grandes extensiones de soja, trigo o maíz, por poner algunos de los cultivos más importantes de Argentina, la cosa con los bioinsumos viene un poco más lenta. Para Fidalgo, al productor le cuesta incorporar los bioinsumos “tal vez por una cuestión de costos, quizás de cultura”. 

“Lo importante es transmitirle a ambos productores, de intensiva y de extensiva, que usando estos productos pueden trabajar de la misma manera, cuidando su suelo, haciendo que dependan cada vez menos de la fertilización química o de productos para el control de plagas, bajando costos y manteniendo los niveles de rendimiento y calidad sin problemas”, agrega el representante de FFO.

Por su parte, Rubio señala que en los cultivos extensivos juega un rol importante la cuestión económica. “Hay que demostrar un impacto fuerte en esa ecuación, porque los márgenes son menores y hoy por hoy los bioinsumos no son baratos”, señala. “En extensivos, si bien ya hay uso de bioinsumos como inoculantes, aún queda mucho por trabajar y los resultados son solo a largo plazo”, concluye De Lio.

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