Política Sectorial
Raquel Chan: "La idea de que lo transgénico es malo no tiene sustento científico"
Cuando en septiembre de 1994 Domingo Cavallo mandó a los científicos argentinos a lavar los platos, Raquel Chan estaba lejos de imaginar que, casi treinta años después, iba a desarrollar ¡en Argentina! uno de los descubrimientos biotecnológicos más importantes de los últimos años: un transgénico resistente a sequías.
Pero por suerte las cosas cambian.
Desde hace un tiempo su teléfono no para de sonar. Su nombre se hizo más googleable. Fue entrevistada en decenas de sitios web, tuvo salidas en radio y televisión. Más que una científica parece una rockstar los días previos a presentar un nuevo disco. Las canciones, en su caso, suenan al ritmo del laboratorio, donde pasa la mayor parte de las horas.
Chan se formó como bioquímica en la Universidad Hebrea de Jerusalén durante la década del 80. En 1988 se doctoró en la Universidad de Rosario y en 1992 se postdoctoró en el Instituto de Biología Molecular de las Plantas de la Universidad Louis Pasteur de Estrasburgo, Francia. En 1993 volvió al país para ingresar al CONICET y desde 1999 es, además, profesora titular en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe.
En 1995 comenzó a trabajar con genes de diferentes plantas para conocer sus estructuras. De ese trabajo se desprendió una pregunta inicial: ¿por qué algunas soportaban un montón de tiempo sin agua y otras morían rápidamente? El interrogante dio paso a los experimentos en una planta llamada Arabidopsis -generalmente utilizada para este tipo de ensayos- donde aisló genes de distintos cultivos para buscar cuál era aquel que permitía una mejor capacidad de adaptación en un contexto de estrés hídrico. Y lo encontró en el gen Hahb-4 del girasol.
Este gen tiene activa los mecanismos de respuesta ante el estrés abiótico (agua y sales) y biótico (otros organismos). Mediante la transgénesis, se lo introduce a otro cultivo dotándolo de una tolerancia superior en períodos de sequía y haciendo que tenga mayor rinde en zonas secas.
Así fue que en 2003 empezaron los experimentos a campo. No todo lo que sale bien en el laboratorio o en el invernadero sale bien al aire libre, donde las variables -ambientales, climáticas, de suelo- tienen una incidencia directa. Aprobar un transgénico es un largo camino que implica, entre otras cosas, identificar cuál es la respuesta del cultivo en distintas zonas productivas, además de demostrar que no se ve afectado su valor nutricional y que no genera daño ambiental ni a la salud de los consumidores.
En 2004, CONICET y la Universidad del Litoral patentaron la tecnología hoy popularmente conocida como HB4 y la licenciaron, a través de una alianza público - privada, a la empresa Bioceres, una compañía agropecuaria con más de 300 socios entre los que se encuentran nombres como el de Hugo Sigman y Gustavo Grobocopatel. La empresa financió las pruebas a campo -muy costosas y de alto riesgo- para que la investigación, con gran potencial, pudiera salir al mercado en cultivos de interés agronómico como la soja (que se siembra desde hace algunos años), el maíz (por ahora en desarrollo) y el trigo, cuya salida comercial fue confirmada en noviembre del 2021.
Brasil -principal comprador de trigo argentino- aprobó el evento transgénico HB4 y dio luz verde para su importación, condición sine qua non para que la cartera de Agricultura de nuestro país habilitara su producción. De otra forma, el desarrollo se hubiera mantenido “frenado” ya que la comercialización local del desarrollo podría afectar negativamente las exportaciones hacia otros mercados.
El anuncio generó polémica y despertó el malestar de grupos ambientalistas y ecologistas -y también de científicos- que rápidamente rechazaron el evento por “profundizar un modelo de producción” atado a un paquete tecnológico de transgénicos resistentes a agroquímicos. Conversamos con Raquel sobre este y otros temas.
RI: ¿Te mantenés informada sobre lo que dicen las redes y algunos medios respecto a la aprobación del HB4?
RC: Me llegan cosas, sé perfectamente que hay opiniones en contra. Con cualquier avance habrá gente a favor y en contra. El aborto, las vacunas…tema de importancia, tema que tendrás gente a de acuerdo o no. Yo soy de la idea de que el tamaño del ruido no hace al grupo que representa. Creo que la mayoría de la gente en este país está preocupada por otras cosas, no por esto. En un país donde la línea de la pobreza alcanza un 40%, las personas están interesadas en si van a comer, no en si es transgénico o no.
RI: Una de las críticas más importantes que se le hace al HB4 es su tolerancia al glufosinato de amonio, un herbicida más agresivo que el glifosato.
RC: Este trigo se puede sembrar con manejo convencional. No hace falta usar glufosinato. La resistencia al glufosinato se puso en los primeros estadíos como marcador de selección de la planta. Técnicamente es imposible no ponerlo*. Ese u otro. Lo cual no quiere decir que lo tengas que usar. La tecnología es válida para el estrés por déficit hídrico. La fantasía es que el trigo convencional se siembra sin herbicidas…una fantasía absoluta. El trigo convencional, no transgénico, se siembra con otros herbicidas. Y no son necesariamente mejores que el glufosinato de amonio. Son peligrosos si se aplican donde no corresponden y cuando no corresponden. Son productos tóxicos, no voy a decir lo contrario porque sería una pavada. Pero cuando los aplicás en el campo se destruyen rápidamente. El problema es que los aplican en lugares donde está prohibido o cuando no se debe.
RI: ¿Falta regulación estatal?
RC: Mirá, los productores no quieren aplicar mal el producto porque implica desperdiciar algo que no es gratuito. Entonces, ¿por qué suceden las malas aplicaciones? Porque el sistema está tercerizado. Las empresas que aplican tienen habilitaciones particulares y la tecnología para hacerlo. El productor le paga a la empresa tercerizada. La empresa tercerizada va y aplica, quizás con un viento de 25 kilómetros por hora, cuando no debería hacerlo. Lo hacen igual porque sino pierden el día de laburo. Y termina pasando que el control es ineficiente. Las leyes existen. Lo que no hay, como en muchas otras cosas, es control.
Uno de los mayores miedos de los consumidores es que el glufosinato -así como también otros herbicidas o insecticidas- deje residuos en los cultivos que luego se transforman en comida. De hecho, Con Nuestro Pan No fue el slogan utilizado para rechazar, en primera instancia, al evento transgénico. Al respecto, Chan aclara que “el glufosinato se destruye a las pocas horas de que lo ponés, está demostrado químicamente” ya que se aplica en etapas previas a la siembra o durante las primeras semanas de crecimiento del cultivo, pero siempre “de manera anterior a que la planta dé semillas”.
"Soy de la idea de que el tamaño del ruido no hace al grupo que representa", dice Chan sobre las críticas que recibió la tecnología HB4
RI: Otra de las críticas a los transgénicos, en el marco de un paquete tecnológico, es que están asociados al desmonte y expansión de la frontera agropecuaria. Y se impone la idea de que, con este trigo, se verá algo similar a lo sucedido con la soja como monocultivo.
RC: Es otra cosa que podés evitar totalmente. Primero, ¿por qué se desmontaría para hacer trigo? El trigo es un cultivo de invierno, la tecnología lo que hace es aumentar la producción en contextos de déficit hídrico. Desde el punto de vista ecológico es maravilloso: tenes mayor producción y más fijación de hidróxido de carbono con el uso de menos agua, que es el recurso más valioso que tenemos. No tenés porqué agrandar la frontera agrícola. Con políticas correctas, el mejoramiento de los cultivos debería disminuir el desmonte porque permite aumentar la productividad en regiones que ya se usan para ese fin. Nosotros intentamos mejorar los cultivos para producir más en el mismo lugar. Después depende de las políticas de Estado.
RI: Sin embargo, este es un problema real en muchas localidades del interior del país.
RC: De nuevo, no te podes negar a una tecnología porque no hay control sobre la legislación. Si alguien desmonta y no está permitido, no es un problema que se pueda solucionar desde la ciencia. Es un problema político. El HB4 fue pensado para producir más en lugares donde ya se cultiva. Incluso se puede hacer trigo entre el maíz y la soja, lo que disminuiría muchísimo el uso de herbicidas.
RI: ¿Cómo?
RC: El campo de soja da mucha plata, ¿no? Yo no tengo pero es lo que uno sabe. Bien. Vos sembras soja en octubre, cosechas en abril. Te dio muy buena ganancia. No sembrás nada en invierno, esperas a octubre para sembrar soja. ¿Qué pasó desde abril hasta octubre? Tenes maleza que te cubre hasta arriba, porque tenías un terreno fertilizado con todo lo que pusiste para hacer crecer la soja, más el desecho del cultivo que es materia orgánica. Entonces, al año siguiente tenes que tirar herbicida sí o sí para volver a sembrar. En cambio, si apenas cosechas la soja sembrás trigo…el ciclo se te va un poco, no vas a poder sembrar soja de primera, sino de segunda. Pero casi no vas a tener que tirar herbicida, porque el trigo “compitió” y no dejó crecer la maleza. Y tenes un campo mucho más “limpio”. El impacto ecológico es mucho mejor.
"El HB4 fue pensado para producir más en lugares donde ya se cultiva. Incluso se puede hacer trigo entre el maíz y la soja, lo que disminuiría muchísimo el uso de herbicidas"
En nuestro país existen 62 eventos transgénicos aprobados. Solo tres son de origen nacional (la papa resistente al virus PVY, la soja HB4 y el trigo HB4). La importancia de este desarrollo argentino radica en su competencia directa contra gigantes del sector agropecuario en lo que respecta a la creación y reproducción de semillas. Corteva, Syngenta, Bayer y BASF concentran el 75% del global de insumos agropecuarios. Lanzar un transgénico al mercado representa altos costos regulatorios, de patentamiento y de aprobación comercial, lo que supone una barrera muy grande para proyectos locales. Además, implican un alto riesgo por sus extensos procesos de investigación y la posibilidad siempre latente de un resultado negativo.
No es menor destacar el rol que tuvo el Estado a través del financiamiento público -sostenido en diferentes gestiones gubernamentales- a Bioceres, quien recibió subsidios en forma de Aportes No Reembolsables del Ministerio de Ciencia Tecnología y Tecnología entre 2005 y 2012. Según un informe del medio Cenital, desde 2008 a la fecha la empresa cobró entre 7 y 10 subsidios por año destinados a diferentes proyectos, cada uno de los cuales significó una suma entre 100 y 200 mil dólares.
Entre 2009 y 2019 Bioceres realizó unas 36 pruebas a campo donde demostró que el trigo HB4 tolera mayores períodos de estrés sin detener la acumulación de biomasa, mejorando la estabilidad del cultivo y aumentando rindes de hasta un 40% en algunos casos. Actualmente hay sembradas unas 55 mil hectáreas de este transgénico en terrenos experimentales, un número menor si tenemos en cuenta que nuestro país siembra anualmente más de seis millones de hectáreas de trigo.
"No tenés porqué agrandar la frontera agrícola. El mejoramiento de los cultivos debería disminuir el desmonte porque permite aumentar la productividad en regiones que ya se usan para ese fin"
Aclarados los términos con Brasil, será determinante la aceptación comercial del resto de los compradores de trigo argentino para saber si el evento transgénico avanzará o no entre los productores. Después de todo, son ellos quienes determinarán la utilidad del cultivo -además de elegir sí pagarán el canon extra que se cobra habitualmente por estas tecnologías-. Mientras tanto, Bioceres tramita su aprobación en Indonesia, Paraguay, Australia y Estados Unidos.
Alfajores transgénicos, un proyecto trunco
El caso más paradigmático del rechazo al trigo HB4 fue en mayo de 2021, cuando se lanzó la campaña Chau Havanna para desincentivar el consumo de esta tradicional marca argentina. Esta había anunciado al primer alfajor elaborado con trigo transgénico en una alianza estratégica con Bioceres "para la producción de alimentos sustentables".
A diferencia de la soja transgénica, que en mayor medida se siembra para la exportación de alimento animal, el caso del trigo HB4 despertó susceptibilidades por tratarse de un alimento que llega diariamente, y en formas diversas, a la mesa de los argentinos. Tal fue la presión pública que, días después, Havanna salió a aclarar que el proyecto estaba en “estado embrionario” y que las conversaciones entre los equipos desarrolladores no habían avanzado.
RI: ¿De dónde crees que viene la resistencia a los transgénicos?
RC: Hay problemas de comunicación y también falta de interés. Ese discurso de “transgénico es malo” no tiene un sustento científico fuerte. Una parte de la culpa es nuestra, de los científicos, por ser malos comunicadores y no explicar su impacto positivo. El golden rice o arroz dorado es un caso paradigmático. Es un arroz que tiene un gen que genera una proteína capaz de producir vitamina A y evitar la ceguera en un montón de niños con deficiencia de esa vitamina. ¿Cuál es la explicación? Que es transgénico, que lo modificó el hombre.
RI: También está la idea de transgénicos versus comida natural.
RC: No existe la comida natural. Existe la comida orgánica. Es decir, el crecimiento de ciertas hortalizas, verduras y cultivos sin ningún químico. Pero natural no es nada, porque lo que comemos hoy no estaba en la naturaleza. No existía el maíz como lo conocemos, no existían ni el brócoli ni el coliflor. Todos son productos del mejoramiento, la mutación, la selección cruzada y otras técnicas.
RI: ¿Hay modificaciones organolépticas o nutricionales en el trigo HB4?
RC: La gran diferencia está en la planta, que mientras se encuentra en estado vegetativo es más tolerante al estrés hídrico. En el grano no hay diferencia. En ninguno de los estudios que pidió Brasil se puede distinguir el producto HB4 del convencional, no hay diferencias significativas.
"No hay diferencia nutricional entre el trigo HB4 y el convencional"
Resulta paradójica la desconfianza que despiertan los transgénicos, dado que previo a su salida al mercado atraviesan un riguroso sistema de validación realizado por instituciones en las que sí creemos cuando, por ejemplo, nos vacunamos o vamos al supermercado a comprar otros alimentos (como Senasa o la Conabia). Eso, por otro lado, no le quita validez a los cuestionamientos sobre el modelo de producción, la creciente utilización de agroquímicos por malezas o insectos resistentes o la pérdida de biodiversidad consecuencia del boom sojero, entre otras cosas.
RI: Muchos grupos ambientalistas y organizaciones de la sociedad civil tienen un rechazo de base sobre cómo produce el campo argentino. ¿Es posible pensar al agro sin transgénicos y sin insumos de síntesis química?
RC: Yo no soy economista para hablar del modelo productivo, pero estoy informada. Y lo que sé es que este país vive de la exportación agropecuaria. La mayor parte de las divisas que ingresan son por exportación del agro. Ese dinero permite, por ejemplo, comprar vacunas, autos, notebooks, celulares y tantas otras cosas que son importadas y que, si se cierra la importación mañana, no las tendríamos. No sé si el modelo es el mejor o el peor. Es el que tenemos ahora y no se puede cambiar en dos días.
RI: ¿Y qué le parecen las propuestas de transición hacia la agroecología?
RC: Lo veo un poco difícil. No porque esté a favor de los herbicidas, insecticidas o fungicidas. Sucede que en el modelo actual, donde se siembra en grandes superficies, necesitas esos insumos para producir. El modelo agroecológico puede servir para cultivar en la huerta unos tomates, unas lechugas o unos pimientos. Puede ser que alguien se autoabastezca o incluso llegue a vender en los mercados locales. Pero no va a alcanzar nunca para exportar. Proponer eso para las grandes extensiones de Argentina…las malezas, los insectos y los hongos existen. En un terreno de cien hectáreas, ¿cómo haces? No hay una contrapropuesta. La contrapropuesta es “este modelo es malo”. Bueno, ¿cómo pasamos al modelo bueno? Eso es lo que yo preguntaría.
"No existe la comida natural. Lo que comemos hoy no estaba en la naturaleza. No existía el maíz como lo conocemos, ni el brócoli o el coliflor. Todos son productos del mejoramiento, la mutación, la selección cruzada y otras técnicas"
La discusión está planteada. Si bien el descreimiento a nivel social es, cuanto menos, atendible -en un contexto donde los ciudadanos cuestionan cada vez más las prácticas sobre el ambiente- resulta necesario diseccionar el debate para enriquecerlo y abordarlo en toda su dimensión, entendiendo que el agro argentino es hoy una fuente clave de ingresos no solo para el abastecimiento de los bienes que utilizamos día a día, sino también para el desarrollo de las industrias y pymes locales.
Según datos del Banco Central, en 2021 las cadenas agroindustriales generaron 42 mil millones de dólares netos (exportaciones menos importaciones), lo que representa el 93% de las divisas netas ingresadas al país. La soja fue el principal complejo exportador (23 mil millones de dólares). Este ingreso permite que otras actividades, como la textil, el comercio o el turismo dispongan de divisas para desarrollarse con normalidad. Sin este dato es imposible dialogar respecto a qué hacemos con el modelo agropecuario.
¿Implica esto seguir produciendo como sea y donde sea? Por supuesto que no. Entender las posibles consecuencias ambientales del denominado “paquete tecnológico” es menester para que, precisamente, el sector biotecnológico juegue su papel y avance en el desarrollo de insumos de menor impacto ambiental (como por ejemplo pueden ser los bioinsumos, que año tras año crecen en el mercado) o en nuevas semillas transgénicas cuyas características se centren en la disminución de agroquímicos (de hecho, los transgénicos Bt han ayudado a reducir considerablemente la aplicación de insecticidas). Para eso, lo mejor es no caer en lecturas conspirativas y binarias; abandonar las posiciones únicas y apostar a la ciencia, ya sea en modelos agroecológicos o convencionales, para caminar hacia producciones más eficientes y sustentables.
Fuentes:
*Sobre el marcador de selección, Chan explicó en una entrevista con el medio Paco Urondo: “Cuando uno introduce un gen en una planta se pone lo que se llama un marcador de selección. La transformación de cultivo es muy ineficiente. Hay que transformar 10 mil plantas para obtener una. Generalmente, la planta no acepta un ADN exógeno. Al ser tan ineficiente, es muy difícil seleccionar las plantas que efectivamente fueron transformadas. Entonces se pone un marcador de selección, que es un gen de resistencia a herbicidas, para distinguir qué planta se transformó, es decir, recibió el gen, y qué planta no lo recibió”.