Producción
Científicos argentinos desarrollan una variedad de papa resistente a un nocivo virus
|Argentina|
El pasado 8 de agosto la Secretaría de Alimentos y Bioeconomía, perteneciente a la Secretaría de Agroindustria de la Nación, publicó en el Boletín Oficial una resolución mediante la cual aprobó una nueva variedad de papa resistente al virus PVY, desarrollada íntegramente en Argentina por investigadores del CONICET.
El virus del PVY es un importante dolor de cabeza para los productores paperos. Se estima que está presente en por lo menos el 50% de las plantaciones y que, en sus casos más severos, puede reducir el rendimiento de un cultivo hasta en un 80%. Por eso, la noticia generó expectativas en los productores de papa spunta (variedad donde se desarrolló esta resistencia) ya que su utilización podría ahorrar costos y mejorar márgenes de rentabilidad.
En un contexto donde la ciencia sufre una campaña de desfinanciamiento y desprestigio por el gobierno nacional y una parte de la sociedad civil (cabe recordar los recortes en el presupuesto y las acusaciones de “ñoquis” a muchos becarios del CONICET) este suceso de interés nacional y regional para el sector vuelve a colocar a los científicos argentinos en el lugar de prestigio que supieron ganarse en las últimas décadas.
Revista InterNos conversó con Fernando Bravo Almonacid, investigador principal del Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular del CONICET (INGEBI) y responsable del equipo científico que llevo a cabo este descubrimiento.
Bravo Almonacid hizo su tesis doctoral en el estudio del PVY, también conocido como “virus Y de la papa”. En la década del 90 comenzó a realizar diagnósticos para descubrir cómo reducir o eliminar la presencia de este virus en una de las hortalizas más consumida por lo argentinos. “Para estudiar este patógeno lo primero que hicimos fue aprender a purificar el virus, clonarlo y empezar a armar sistemas de diagnósticos basados en anticuerpos”, explicó el investigador. Posteriormente se hicieron las construcciones necesarias y la modificación genética de la planta de papa, que se convertirían en las primeras transgénicas de papa obtenidas en el país.
En el año 1999 CONICET realizó un convenio con Tecnoplant S.A (empresa dedicada al sector agrícola) perteneciente al grupo SIDUS, con el objetivo de realizar ensayos a campo y comenzar a probar las reacciones de las primeras plantas modificadas genéticamente. “El convenio buscó aumentar la cantidad de plantas transgénicas, llevarlas al campo y hacer los desafíos con los patógenos para ver si eran o no eran resistentes”, contó Bravo Almonacid.
Luego agregó: “Cuando haces una transgénica, no todas las variaciones son idénticas. Entonces probás varias hasta encontrar aquellas plantas en las que el sistema de resistencia se despierta”. Las cifras dan cuenta de un trabajo de largo aliento: se obtuvieron 400 transgénicos (es decir, 400 tipos de papa modificada), de los cuales se seleccionaron dos resistentes al virus. Luego, para obtener un valor estadístico de su real eficacia, se hicieron ensayos a lo largo de seis años con 2000 plantas (de esas dos variedades seleccionadas) en campos de Mendoza, Buenos Aires y Córdoba, con suelos y climas diferenciados.
Los resultados demostraron que en las plantas modificadas genéticamente no hubo infecciones por PVY, mientras que en las no modificadas la tasa de infección fue alta, entre un 60% y 80%. Este es un trabajo a gran escala que requiere recursos y una considerable inversión económica. En este caso el aporte empresarial fue el que permitió aumentar exponencialmente el número de transgénicos de prueba hasta obtener finalmente los dos que rechazaron al virus. Si bien ambos son similares, por los altos costos que implica la realización de ensayos necesarios para su aprobación y liberación comercial, sólo uno de ellos saldrá al mercado. Su nombre técnico es TIC-AR233-5.
Cómo se aprueba un transgénico
El 22 de julio de 2012 el equipo de investigadores del CONICET publicó en una revista científica que los ensayos antes mencionados habían tenido respuestas positivas. En ese entonces, lo que faltaba para que pudieran comercializarse eran una serie de aprobaciones otorgadas por tres oficinas del por entonces Ministerio de Agricultura, Pesca y Ganadería de la Nación (hoy Secretaría de Agroindustria): la Comisión Nacional de Biotecnología (CONABIA), el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) y la Secretaría de Mercados Agroindustriales (Agroindustria). Los períodos de prueba estuvieron bajo control del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca y fueron supervisados a su vez por el Instituto Nacional de Semillas (INASE).
Para la aprobación de una semilla, CONABIA necesita múltiples análisis en los cuales determina que ese evento biotecnológico resulta seguro para el medio ambiente. Por otro lado, la Dirección de Calidad Agroalimentaria dependiente del Senasa debe comprobar que esa futura planta es inocua para la salud de humanos y animales, por lo cual debe estudiar su composición.
La tercera aprobación la realiza un área de la ahora Secretaría de Agroindustria: la Secretaría de Mercados Agroindustriales, conducida por Marisa Bircher. La misma analiza el impacto generado por la salida de una nueva semilla: por ejemplo, que no genere un “descalabro” en la producción de ese cultivo o que se garantice una demanda real del producto. Una vez superados todos estos requisitos, Agroindustria habilita la comercialización.
“Todos estos últimos años fueron de gestión de aprobación comercial. No es un tiempo normal, en este caso particular hubo muchos idas y vueltas, se avanzó de a poco. Pero aprobar un evento transgénico igual lleva mucho tiempo”. Bravo Almonacid sabe que esperar tiene su premio: 20 años después, el resultado de sus investigaciones podrá ser utilizado en los campos de los productores paperos. Se estima que la papa semilla estaría disponible en 2019.
El investigador explicó que a raíz del convenio firmado, Tecnoplant S.A hará uso comercial de esta tecnología con la condición de pagar las regalías correspondientes al CONICET, quien es dueño de la patente. Si la empresa deja de comercializarlo, CONICET puede negociar ceder sus derechos de uso a otra empresa.
Beneficios que traerá el desarrollo
Bravo Almonacid resume los dos principales beneficios de este desarrollo: reducción de pérdidas y reducción de gastos. Cabe destacar que el PVY por sí sólo no es tan nocivo como combinado con otros virus, lo cual suele suceder con facilidad en los cultivos de papa (susceptibles a contraer enfermedades provocadas por agentes fitopatogénicos: virus, bacterias y hongos). En los casos de co-infección las pérdidas pueden dañar más de la mitad de la producción. “Tal vez después de la primera infección no pase mucho, pero cuando volviste a utilizar ese tubérculo para volver a sembrar se va acumulando el virus, va creciendo y las pérdidas son cada vez más grandes”, explicó el bioquímico.
Pero también reduce gastos. Al eliminar la posibilidad de que el virus se instale, se necesitan menos controles y menor uso de insecticidas para controlar al insecto que lo transmite. Así, serían menores también los gastos en insumos y el daño para el ambiente. Algunos ingenieros agrónomos afirman que este desarrollo permitirá también una mayor vida útil de la semilla, estirando su período de recambio. “Como este es el virus que más anda, es el que obliga a los productores a renovar más frecuentemente la semillas”, dice Bravo Almonacid, aunque en este punto prefiere mostrarse cauteloso ya que todavía el hecho no está todavía confirmado.
Pero, ¿qué le hace el PVY a la papa? Le provoca deformación y decoloración de las hojas, lo que le hace perder su capacidad fotosintética. Esto genera que el tubérculo crezca menos y, por lo tanto, caiga su productividad. “La planta no cambia su valor nutritivo, pero sí la capacidad de producir. Por ejemplo en vez de darte una tonelada, te da media. Disminuye el rendimiento. Pero desde el punto de vista de la alimentación no pasa nada, hace muchos años que compramos en la verdulería papa con este virus”.
Este avance biotecnológico resultará significativo para los pequeños productores, especialmente aquellos que se encuentran poco tecnificados y cuyo principal problema son las plagas. Su reciente aprobación confirma el lugar que debe ocupar la ciencia en el desarrollo de los sectores productivos de nuestro país.